ATEA
COMUNICADO DE PRENSA
Por unas fiestas de La Blanca
sin violencia gratuita hacia los animales
Un año más, Gasteiz se prepara para celebrar sus fiestas, que en buena medida se sustentan en la agresión brutal a seres inocentes (los espectáculos taurinos, incluidas las vaquillas). A esto hay que añadir una realidad que con frecuencia pasa desapercibida para la mayoría de la gente, como son los circos. Es por ello que ATEA (Asociación para un Trato Ético con los Animales) desea hacer llegar a la opinión pública su firme rechazo a cualquier manifestación lúdica que implique dolor y sufrimiento gratuitos, del todo incompatible con una sociedad éticamente progresista.
Entre todas las formas de violencia que los seres humanos ejercemos sobre los demás animales, las más perversas son aquellas en las que el maltrato se produce de forma pública, y el hecho de que estén auspiciadas tanto por la Administración como por el poder político y mediático agrava esta situación.
Mientras algunas de estas agresiones son percibidas como tales por el grueso de la sociedad (las corridas de toros, por ejemplo), otras se asumen como tradiciones inocuas por la trivial razón de que no se perfora el cuerpo de las víctimas con objetos metálicos o no se les da muerte (la suelta de reses en todas sus variantes, y los espectáculos circenses).
Las corridas de toros
El lenguaje taurino utilizado para referirse a estos actos ayuda a enmascarar la verdadera naturaleza de los mismos. La tauromaquia es tortura. Tortura a un ser inocente cuya única “culpa” ha sido nacer toro.
Resulta obvio recordar que toros y caballos (éstos últimos las grandes víctimas olvidadas de este linchamiento legal) son sensibles al dolor y al sufrimiento, de la misma manera que lo somos los seres humanos. Torturar a un hombre o a una mujer no es necesariamente peor que hacer lo mismo con cualquier otro animal, y llevarlo a cabo de forma pública constituye un agravante moral.
Nos preocupa enormemente que los poderes públicos, medios de comunicación y ciudadanía en general sigan permitiendo y apoyando estos actos vandálicos prohibidos en casi todo el mundo, aunque resulta esperanzador que cada vez sean más quienes se cuestionan muy seriamente la concesión de derechos básicos para todos los animales, y no sólo para los humanos.
En una sociedad que respetase los derechos básicos de todos los animales (y no sólo los de las personas), actividades como la tauromaquia estarían prohibidas y, por tanto, perseguidas por la ley, y sus promotores serían considerados simples delincuentes. Esto es, de hecho, lo que sucede en la mayor parte de los países del mundo, de los que seguimos siendo una vergonzosa excepción.
La responsabilidad de la existencia de las corridas no sólo recae sobre quienes promueven el espectáculo o pagan por presenciarlo, sino que existen otros factores para su pervivencia. Por una parte, estaría el gran público que no se posiciona al respecto, y al que se podría acusar de cómplice por su indiferencia. Y por otra, dos grandes poderes fácticos: los poderes públicos (instituciones como ayuntamientos, diputaciones, gobiernos autónomos, etc.) que no sólo permiten, sino que apoyan y promueven la tortura pública de seres inocentes; y los medios de comunicación, que informan sobre estos hechos desde el fomento y la apología.
Nos gustaría una vez más recordar la evidencia. Cuando una persona adquiere una localidad, cuando un comerciante permite la colocación de un cartel en su establecimiento, cuando una institución apoya la celebración de estos eventos, cuando un medio audiovisual informa de una corrida de toros, cuando una firma comercial utiliza determinada estética o determinadas áreas de promoción, cuando todo esto sucede, se está apoyando la tortura. Y no existe una tortura específica de los toros o los caballos, otra de los niños y otra de las mujeres. Existe simplemente el hecho objetivo de la tortura, y las consecuencias de la misma son tan indeseables para unos como para otros, independientemente de la especie biológica a la que pertenezcan.
En este sentido, resulta descorazonador y deprimente al mismo tiempo tener que recurrir una y otra vez a invitar a la gente a poner en práctica un elemental ejercicio de empatía, es decir, a ponerse en lugar del otro. Nadie entre los asistentes a una corrida de toros soportaría que otro le pinchase siquiera con un alfiler, mientras acepta complacido que a un ser inocente se le provoquen heridas por las que cabe nuestro brazo. Es difícil encontrar una escena más egoísta.
Las vaquillas
La afición que ciertas personas muestran hacia la suelta de reses (vaquillas en el caso que nos ocupa) en sus múltiples variantes impide una reflexión objetiva y rigurosa sobre las consecuencias que tienen los mismos para sus verdaderas víctimas. Si hiciéramos un esfuerzo mental para ponernos en su lugar, comprobaríamos que el auténtico sufrimiento comienza cuando son raptados de la dehesa, el único entorno que conocen, donde tienen compañeros de manada y numerosos lugares que constituyen toda su referencia vital. Debe recordarse que las vaquillas son verdaderos cachorros, de toro en este caso, y que la separación de sus progenitores implica sufrimiento, dado que, como todos los mamíferos, existe entre ellos una fuerte dependencia emocional. El continuo traslado de un lugar a otro constituye siempre para los animales una experiencia traumática, por su incapacidad para comprender lo que sucede.
Ya en el ruedo, todo está concebido para que los animales se sientan desconcertados y aterrorizados, cosa natural si un gentío vociferante les acosa sin descanso. En ello precisamente consiste este deprimente espectáculo. Las vaquillas arremeten contra los participantes en un acto de legítima defensa. El hecho de no poder refugiarse de quienes les acosan constituye un elemento más de frustración para ellos.
Las en apariencia inocentes vaquillas son una burda agresión gratuita a seres por naturaleza pacíficos y huidizos, un ejercicio colectivo de violencia psicológica. Hay que decirlo bien claro: ni la tradición ni la aceptación secular pueden legitimar esta canallada.
Los circos
Los espectáculos circenses que se valen de animales (la gran mayoría en la práctica) constituyen una de las formas de agresión más severas y al mismo tiempo más desconocidas. En efecto, se da aquí una forma de violencia doble: por un lado, la reclusión a la que se ven sometidos leones, elefantes y tigres; por otro, las técnicas de dominación que se emplean para que los reclusos hagan cosas que no tienen ningún significado natural para ellos. Se doblega así sus deseos, y se consigue de ellos cualquier número por absurdo que sea. El castigo físico está a la orden del día, como han demostrado las grabaciones clandestinas e incluso los propios empleados. La vida cotidiana de los animales que son obligados actuar en los circos es una patética recreación de su entorno natural, convirtiéndose en una rutina de entrenamiento, jaula, pista, viaje. Los desdichados animales de los circos acaban sus días deprimidos, con su personalidad anulada, derrotados física y psíquicamente, y todo para satisfacer el trivial deseo de ver seres haciendo números grotescos. No es extraño que muchos países del mundo e incluso alguna gran ciudad española hayan prohibido la presencia de animales en los circos.
Como reflexión genérica, desde ATEA deseamos manifestar que una fiesta basada en la agresión gratuita y unilateral hacia seres inocentes no merece tal nombre, como no lo merecería si la agresión se orientara hacia los humanos. Si de verdad queremos una sociedad progresista desde un punto de vista ético y solidaria, debemos incorporar a los animales humanos a esa sensibilidad. A ello invitamos a los visitantes de Gasteiz estos días, así como a la ciudadanía y a las autoridades recién elegidas.
ATEA
Asociación para un Trato Ético con los Animales
http://www.ateaweb.com/
2 de agosto de 2007
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